Es obligado abordar el asunto en fechas tan señaladas. Hay quien se ha propuesto emborronar el buen nombre que tuvo la Navidad. Y se ha salido con la suya. Una de las cosas que se dicen para denostarla es que es una fiesta consumista (como el gran potlacht de los indios kwakiutl). Cosa extraña en una sociedad consumista como la nuestra. Muchas veces se habla con sorna, de un modo peyorativo, de la disfunción que existe entre un concepto y la realidad cotidiana a pie de calle. Por una vez algo, la Navidad, tan consumista, se adapta a su entorno a las mil maravillas y entonces, mire usted por donde, es una lata, una lacra infame que merece nuestras diatribas. La sociedad o la Navidad son las consumistas, jamás nosotros. Por cierto, añaden los mismos que se ha desvirtuado el sentido primigenio de la celebración. Es chocante que invoquen esa mudanza cuando es precisamente su sentido original, la conmemoración religiosa, lo que más les pudre la sangre.
La batalla sin cuartel comienza en las escuelas, escenario-piloto de la causa del laicismo desatado, prohibiéndose el festival navideño. Y claro, tanto dar la murga con las fiestas solsticiales, que ya hay quien se avergüenza de la Navidad, reniega de ella y la recluye en casa -como aquellos cristianos que en las catacumbas celebraban sus ritos- no sea que una patrulla de polizontes armados hasta los dientes, equipados con visores nocturnos, detenga a la familia en pleno a la hora de los turrones, incluida la abuela en bata de boatiné, y traslade a todo quisque al calabozo en una de esas furgonetas de luces destellantes y ululantes sirenas.
El asunto da de sí: uno se imagina a la vuelta de los años cantando villancicos a escondidas, convertidos en nueva modalidad de la llamada en tiempos canción protesta. El tamborilero o Arre borriquillo: el morbo de lo prohibido (como Al vent en los años del tardofranquismo). Las figurillas de los pesebres estarán pregonadas como forajidos de arcilla por idolatría insultante. Los Reyes Magos serán proscritos por monárquicos empedernidos y herejes aficionados a las artes mánticas. Y la estrella de Belén tipificada como fenómeno OVNI. Por no hablar de las connotaciones psicológicas como de culebrón almodovariano de la tríada Virgen/Niño/san José que recogerán los manuales de psiquiatría.
En adelante asistiremos a rehabilitaciones de la figura maltratada e incomprendida de Herodes. La versión teatral correrá a cargo de Pepe Rubianes. A fin de cuentas si Herodes se hubiera salido con la suya y degollado al Niño Jesús junto a los santos inocentes, los laicistas más avanzados se habrían librado, y con ellos la Humanidad toda, del cristianismo -católico y reformado- y acaso también del Islam, pues hay quien sostiene que la fe de Mahoma hunde sus raíces en el cristianismo puritano de las escuelas siríacas orientales, como la nestoriana y la monofisita. Cualquiera sabe.
El personaje roñoso como no hay dos, precursor de la nativifobia, del Cuento de Navidad de Dickens, se enseñorea en estos días de según qué pérfidos corazones. Algunos no han dado con mejor excusa para maravillarnos con su amplitud de miras y su anhelo insatisfecho de diseñar una Humanidad nueva que arrojar a la pira purificadora las inocuas figurillas de los belenes hogareños. Qué valientes. Qué proeza. Qué fácil es arrancar de la cara la sonrisa de un niño. Del niño que fuimos. Qué fantástica revolución de costumbres, qué gran progreso para la estirpe humana.
Es cierto que en estas fechas el consumo se dispara, que a veces la monserga de los villancicos es inaguantable, tanto como las reuniones familiares y las cuchipandas pantagruélicas: un suplicio que ni siquiera mitiga la sal de frutas. Pero Tolerancio ha decidido emboscarse, echarse al monte y convertirse en un paladín juramentado de la Navidad aunque sólo sea por saltarse a la torera una prohibición más.
A este paso lo único que quedará de estas fiestas infiltradas del engrudo de esa capa de ramplonería laicista y de patochada solsticial será tocar la zambomba, y no necesariamente en su acepción musical. O clavar agujas al Niño Jesús en talleres vuduistas que subvencionarán las administraciones en centros cívicos en aras del buen rollito multicultural de la alianza civilizatoria, del sincretismo religioso y otras pamemas por el estilo. O tempora, o mores. Por cierto, Feliz Navidad a todos y Próspero Año Nuevo.
2 comentarios:
para tolerancio: el personaje de "Cuento de Navidad" de Dickens se llama mister "Scroogles".
Por cierto para tolerancia la de los lectores, porque teniendo su qué lo que dices en el texto, y en otros (muy atinado eso de 1.250 días sin matar), mira que eres feo, por el amor de dios.
pere peris:
¿Acaso votas u opinas por la imagen? Pues ya sabes opina y dale la razón a Naomí Campbell, que se le notan todos los "argumentos" políticos. ¡Madre lo que hay que leer!
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