sábado, 10 de febrero de 2007

FA(R)GO


Fargo es una extraordinaria película de los hermanos Coen. Mención especial merecen a juicio de Tolerancio las interpretaciones de Steve Buscemi y de Frances McDormand. La trama delirante y abracadabrante, con secuestros fallidos y asesinatos, transcurre en Fargo, una pequeña ciudad de Dakota del Norte, en un entorno boscoso y nevado. Un escenario tan blanco y puro que resalta por contraste los turbios manejos de los protagonistas. A los visitantes les recibe la enorme escultura, a pie de carretera, de un robusto leñador, hacha al hombro, ataviado con su preceptiva camisa de franela a cuadraditos.

La realidad supera la ficción. Que no es extraño, pues la ficción es a menudo una realidad domesticada y presentable. El argumento, sino idéntico, sí parecido, se repite en Fago, provincia de Huesca, una localidad de alta montaña con un censo de 31 vecinos, perdón, 30, y con el mismo aditamento de nieve. A fin de cuentas como si una consonante se hubiera desprendido por el camino.

El alcalde, del PP, ha sido asesinado de un escopetazo. No se saben con certeza ni la identidad del autor o autores ni los móviles del crimen. Un sospechoso ha sido detenido. En un principio admitió ser el único autor pero unos días más tarde cambió su declaración ante el juez. Circulan todo tipo de rumores y escuchetes e incluso se deslizan insinuaciones que a poco más justifican el asesinato. Y no sabe el atónito espectador si el presunto autor va a ser recluido entre rejas o agasajado con una condecoración. El caso es que no sorprendería que al quite anduvieran huroneando por la zona guionistas y avispados productores de cine para hacerse con los derechos de la historia y rodar una película. Taquillazo asegurado.

El detenido fue candidato del PSOE en las municipales. El dato aporta un matiz morboso al luctuoso suceso. El sentido común dice que en comunidades tan reducidas la política está teñida, más si cabe, de rencillas y particulares que afloran a superficie de un modo palpable y a diario. Las densas concentraciones humanas diluyen las malquerencias personales que en el caso presente cobran mayor protagonismo. No puede ser de otra manera, pues en lugares como Fago el roce continuado -donde el ámbito privado y público se solapan de manera casi inextricable y es imposible desconectar de esa frecuencia de onda, pues a cada paso se dan de bruces los rivales al comprar el pan en el horno de doña Patro o al tomar un cafelito en la cantina de don Pascasio- devienen fricciones, rivalidades insoportables y enemistades declaradas.

En este asunto late un fondo alegórico que salta a la vista. Es tan obvio que nos trae a la memoria el célebre cuadro de Goya con los dos fulanos enterrados hasta la rodilla tundiéndose a mamporros, bien entendido que aquí no hay reciprocidad exculpatoria, pues el mamporro mortal, el escopetazo de postas, lo da uno y lo recibe otro. Pero su dimensión metafórica es innegable. La lucha a degüello, de enfrentamiento cainita, se evidencia en las respectivas y antagónicas afiliaciones políticas. Es la metáfora perfecta del guerracivilismo en el que nos han metido hasta la cintura, o hasta el cuello, sin haberlo pedido.

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