El gobierno de la Generalidad ha desoído el consejo que en materia educativa brindamos desde esta modesta bitácora impelidos por nuestro afán de servicio en pro del interés común. En efecto, sabido que la ministra de Educación despachó con el consejero Maragall para llegar a un acuerdo sobre el decreto que amplía a tres horas la enseñanza de lengua española, y que ambos invocaron imaginación y el divinal aflato de las musas como fuentes de segura inspiración para ponerlo en solfa, recomendamos encarecidamente que acudieran a la cartelera de cine por las muchas películas con argumento basado en la prestidigitación recientemente estrenadas para hallar entre sus secuencias alguna idea especialmente reveladora.
Han trascendido al respecto abracadabrantes conatos de creatividad, pero lamentablemente no han cuajado esas innovadoras propuestas. Imaginativa fue desde luego la intención de aplicar el decreto en aquellas escuelas donde se observara un preocupante déficit en el conocimiento de la materia objeto de discusión. Se trataría pues de hacer una exhaustiva inspección centro por centro, aula por aula y pupitre por pupitre para determinar qué demarcaciones comarcales precisan con urgencia los beneficios de la disposición gubernativa.
La iniciativa es, en el fondo, el sueño dorado de todo sistema educativo: la educación a medida, personalizada, como el traje exclusivo de una sastrería. Consistiría, en su fase más avanzada, en aleccionar a los alumnos uno por uno, privada y separadamente, y aumentar las horas de aquellas materias en que menos competentes son. Y de este modo incrementar a Pepito las horas de matemáticas, pues con los quebrados se hace el pobre con la pilila un lío. O a Quimet las de Naturales, pues anda un pelín despistado y no distingue un anuro de un paquidermo. Ojalá Tolerancio se hubiera beneficiado de un plan como éste, pues jamás pasó de las ecuaciones de segundo grado y si aprobó la Física y Química del bachillerato fue gracias a la chuleta con las respuestas correctas que le pasó un altruista condiscípulo.
También asistimos meses atrás a pintorescas experiencias-piloto como la de impartir, no ya esa hora, sino la asignatura, toda ella, en el taller de manualidades o en clase de gimnasia.
Magia potagia. Montilla acaba de anunciar en su catalán áulico y académico que recurrirá el decreto ante el Tribunal Constitucional por invasión de competencias -no sabemos si Pérez Tremps tomará parte en las deliberaciones o ya habrá dimitido-. A Montilla tres horas de lengua española en las escuelas, la propia de la mitad, pizca más o menos, de los catalanes, y suya también cuando habla con la tía Patro de Iznájar, le parecen demasiadas. Al quite, ERC propone que de esa hora ni hablar del peluquín, pues la aplicación de esa infausta medida abriría la puerta a la publicación de libros de texto en castellano (sic). Un abuso, un escándalo, oiga. Pobres niños. Pero aún nos pueden dar más alegrías. También nos dijeron que en esta legislatura no se haría un uso político de la lengua. Afirmación de Carod Rovira más que imaginativa, delirante.
Entretanto la tercera hora de marras cobra hechuras de fracción al minuto de un parquímetro, que irrita de lo lindo cuando nos rascamos el bolsillo para abonar su importe. ¿Pero qué tercera hora? Aquí de lo que se trata es de una educación realmente bilingüe con horas paritarias. Y ni un minuto menos.
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