lunes, 12 de febrero de 2007

Oleguer Laporta


Parece una errata, pero no lo es. En efecto, el apellido del título le cuadra al defensa azulgrana a las mil maravillas. De tal palo, tal astilla. Hay cosas que se transmiten de padres a hijos, no a través del código genético, sino del entorno, del ambiente de la crianza, a veces muy poco edificante. Oleguer, sino hijo carnal, sí espiritual, es el alumno aventajado, algo díscolo, de Joan Laporta.

Oleguer, metido a ideólogo del nacionalismo, un pensador de la talla de Rubianes, ha tenido unas palabras de aliento para el sanguinario etarra De Juana Chaos en un artículo publicado en la revista Berria, o cosa parecida. Sus declaraciones posteriores en la sala de prensa del FC Barcelona han causado una comprensible polémica e incluso, así lo explican algunos medios de comunicación, el presidente Laporta ha salido a escena para darle al jugador un tirón de orejas. Pero no se engañen, Laporta no ha censurado el contenido repugnante del artículo de marras y de las declaraciones, sino el lugar elegido para hacerlas: las instalaciones del club.

Si eso significa que Laporta rectifica ciertos hábitos, lo daremos por bueno. Pero nos cuesta creer que rectifique en nada. A fin de cuentas Laporta ha cultivado como nadie y por diferentes medios la más evidente y descarada mezcolanza entre política y deporte interviniendo a favor de las selecciones deportivas catalanas, tomando un aperitivo con candidatos a la presidencia de la Generalidad en plena campaña -se daban de bofetadas por retratarse a su lado- o autorizando el uso del Camp Nou en jornada liguera para actos reivindicativos de inspiración ultranacionalista.
Nadie como Laporta para atizar el fanatismo tribal revestido de aparentes buenas maneras y de supuesta distinción. Por ello le auguramos un futuro prometedor en política, porque recrimina a uno de los suyos, Oleguer, algo que él ha hecho reiteradamente. Laporta va para político. Eso es evidente. Porque da y quita y tiene una memoria de corto plazo francamente mejorable. Y porque el nacionalismo anda un poco alicaído, no en sus desafíos y conquistas, sino en su liderazgo. Se vende y se postula para heredar a Pujol, una vez sabido que Carod Rovira es una caricatura patética y que sufre en relativo silencio, como las hemorroides, la humillación de tener un superior jerárquico de las características de Montilla, que no es más que un accidente, una fase política transitoria, puesto que su verdadera misión no será otra, en el diseño de la Cataluña futura, que llevar la bandeja de los cafelitos y las pastitas a los prebostes de la nueva era nacionalista.

A Oleguer se le cae la baba con De Juana Chaos porque asesinó a 25 españoles. Y a Laporta, en el fondo, se le cae la baba con Oleguer. Porque reconoce en su chico las cosas que a él le gustaría decir y el protocolo le obliga a callar. No sabemos cómo recibirán al defensa del Barça por esos estadios del ancho mundo pero a la que el graderío le dedique un pitido saldrán los de siempre, como una jauría hambrienta, a azuzar el espantajo de la catalanofobia. Otro jugador del Barça, preguntado por la prensa, ha dicho que en el vestuario hay opiniones de todos los colores y que ellos están para jugar a fútbol. Eso lo pasamos. Pero luego lo estropea añadiendo que todas las opiniones son respetables. Todas no.

Aquí acaba esta bitácora porque Tolerancio se va a comprar ahora mismo unas zapatillas deportivas de la marca Kelme.

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