Unos días atrás la prensa (diario El Mundo) traía noticia de la escalofriante comparecencia de un portavoz del Consejo de la Juventud Vasca. Uno de esos organismos que cuestan un pico y cuya utilidad es inversamente proporcional a su dotación económica. Preguntado por las víctimas del atentado en la T-4 de Barajas, el interfecto respondió que nada tenía que decir al respecto puesto que no eran vascas. Argumento aberrante que denota que el mentado organismo está ayuno de lo que pregona: de consejo. O de buen consejo. ¿Se puede ser más imbécil? La respuesta es afirmativa, aunque pareciera que el chico tocó techo y que no cabe superación. Pero es muy joven y todavía puede explorar nuevas rutas y batir registros en aras de la estupidez integral e irrecuperable, por lo que presumimos acabará detentando algún cargo público de relevancia en las instituciones autonómicas a la vuelta de muy pocos años.
Al chico se le olvidó decir que si bien no eran vascas las víctimas, sí lo son los asesinos, desliz comprensible si tenemos en cuenta que los principios de reciprocidad y de asociación interesan a la construcción lógica y racional del pensamiento y semejantes filigranas no son exigibles a fecha de hoy, tal como está el patio, al destacado dirigente de un organismo de nombre tan rimbombante y, más si cabe, por esas latitudes.
No obstante el argumento, no eran vascos, que no deja de ser una evasiva, traza un retrato instantáneo y exacto de la cerril mentalidad nacionalista. Su universo-mundo no va más allá de tomarse unos chiquitos en la herriko-taberna con los amigotes de la cuadrilla, de las capturas de la anchoa en aguas del Cantábrico, de las regatas de traineras o de la glosa en grupo de los artículos que publica en el diario Gara ese baluarte de los derechos humanos que es De Juana Chaos, aunque luego alce su voz contra el orden mundial, o desorden, y se conduela acaso de víctimas no vascas, como los palestinos en el convulso polvorín de Oriente Próximo, pongamos por caso, o de aquellas otras causas que promuevan su afinidad y simpatía. Seguro que el chico tiene opinión formada sobre las muchas tragedias y dramas, por motivos bélicos, terroristas o de otra naturaleza, que salpican toda la geografía planetaria.
Pero a Gorka Gutiérrez, si así se llamara -es claro que no es Pedrito de Andía-, no hay que reprocharle disimulo, falsía o mendacidad, nada salvo la idiotez supina que el nacionalismo inocula a sus voluntariosos activistas. Pues lo ha dicho todo de manera elocuente y se le ha entendido bien dando la callada por respuesta. Saliéndose por la tangente nos ha obligado a mirar al hipocentro de su alma envilecida, tan joven, qué lástima, por la vesania fanática de la limpieza de sangre y de cuna. Es de esos que antes de socorrer a una persona que precisa ayuda, que se está ahogando por ejemplo, mira primero el DNI y comprueba su lugar de nacimiento o le hace una analítica sanguínea en un periquete con un laboratorio de bolsillo que trae consigo para determinar su factor RH y decidir si le compensa rescatarla del agua.
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