domingo, 25 de febrero de 2007

Marine II


Una ONG ha dado esta cifra espeluznante: 7.000 ahogados en aguas del Atlántico en la travesía del continente africano a Canarias. La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía estima que uno de cada tres cayucos naufraga en alta mar.

En verano de 2006 asistimos a desencuentros entre los gobiernos español y senegalés a cuenta de las repatriaciones de inmigrantes ilegales esposados para que no intentaran la fuga, o según las autoridades españolas, para evitar que se autolesionaran. También supimos que a cada uno de esos desdichados argonautas les ponían de tapadillo un billete de 50€ en el bolsillo para cerrarles la boca y para que se tomaran una Coca-Cola al llegar a Dakar. Trato humillante aunque preferible al dispensado por uno de nuestros principales aliados, Marruecos, que los soltaba en pleno desierto con una botella de agua por todo equipaje, en guiño cómplice a los chacales y otras alimañas de la región.

Un dignatario senegalés culpó directamente al gobierno español de provocar, involuntariamente desde luego, una oleada, o mejor, un tsunami migratorio, un maremoto, por causa del proceso extraordinario de regulación. Imparable efecto llamada que negaron a una el ministro Caldera y los sindicatos mayoritarios. Que en adelante no habrá, en resumidas cuentas, manera de detener ese incesante flujo de personas en pos de un futuro mejor por muchas cuchillas cortantes -siringa tridimensional- que adornen el extremo superior de la valla de Melilla y que provocan tremendos desgarros musculares como hemos visto en la prensa.

Los principales beneficiarios de este mayúsculo desconcierto son los esclavistas y los tiburones. Los tiburones en sentido literal, pues entre los voraces escualos se ha corrido la voz de una inusual concentración de pitanza en esas precisas coordenadas del Atlántico, a donde arrumban sus aletas y sus amenazadoras fauces. Traslado repentino que permite a los practicantes de deportes náuticos como el surf desafiar con mayor tranquilidad la undívaga y espumante crestería de las olas.

Estos días hemos asistido a otro episodio más de este drama interminable con los avatares extravagantes del Marine I, de su pasaje y de la misión policial española destacada a Mauritania.

7.000 personas ahogadas en alta mar. Nunca sabremos sus nombres, ni una palabra de sus sueños y esperanzas. No sabe Tolerancio si hay algún responsable, con nombre y apellidos, de esta hecatombe sacrificada en los altares submarinos de una deidad sedienta de sangre.

Barcelona, que se intitula vanguardia de las ciudades más avanzadas y cosmopolitas que hay en el ancho mundo, tiene en su nomenclator urbano calles y plazas, e incluso estatuas, dedicadas a célebres esclavistas, prohombres de la comunidad que amasaron su colosal fortuna traficando con seres humanos.
No cabe otro homenaje a esas víctimas anónimas de la codicia de las mafias y de la imbecilidad superlativa de las autoridades, en aras de una memoria histórica reciente, que limpiar con agua y jabón el callejero de nuestra ciudad y restituir una pizca de justicia compensatoria dedicando plaza y monumento a esas víctimas sin nombre y sin rostro, apátridas que han encontrado acomodo y asilo para los restos en las profundidades abisales… empezando por los argonautas del Marine I que, pese a todo, han salido bien librados de semejante enlabio. Entretanto el ministro Caldera duerme tranquilo. No necesita ni una gragea de valeriana para conciliar el sueño.

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