martes, 20 de marzo de 2007

El big-bang nacionalista

Quienes pensábamos que el nacionalismo es una suerte de constipación de la inteligencia y que promueve cosmovisiones retraídas sobre uno mismo como una modalidad de onfalomancia, de latría autocentrada e infecunda a la guisa de los monjes hesicastas del monte Atos que se embelesan mirándose el ombligo, o estábamos equivocados o tendremos que revisar nuestras opiniones.
El nacionalismo catalán nos ha sorprendido, empeñado en salir del cascarón, de la concha de gasterópodo, del reducto, en romper las sólidas ligaduras que lo anclan al terruño para sacudirse de encima la etiqueta del irredentismo palurdo y aldeano y estallar -big crunch- con afanes expansivos -big-bang- según la terminología difundida por Stephen W. Hawking.

Primero intentó competir en el Festival de Eurovisión, esa obligada cita lírica para solaz de los melómanos más exigentes, a través del montuoso principado de Andorra. El níveo y agreste país de los Pirineos también ha sonado como tapadera para llevar a nuestros atletas a competir en las Olimpiadas.
Carod Rovira realizó -lince de la diplomacia, un nuevo príncipe de Metternich- diferentes visitas como hombre de Estado, fundamentales para mantener el orden y concierto entre las naciones y no estorbar las rotaciones y traslaciones planetarias. Recordemos su paso por Perpiñán y Jerusalén. Más recientemente ha paseado lo mejor de nuestro acervo cultural por un país ayuno de la misma como la India. No ayuno de cultura, claro es, sino de la nuestra. Por ello ha inaugurado un lectorado de catalán en Nueva Delhi: adquisición de primera magnitud para el milenario país asiático.

Con parecida e iluminadora pretensión CiU y ERC, representantes del más acendrado catalanismo, en oposición y gobierno respectivamente, proponen que Aragón incorpore el catalán como lengua propia en su próximo redactado estatutario. Eso leímos en noticia publicada por el diario El Mundo en su edición del 15/02/07.
La noticia genera un poco de confusión, pues de lejos tiene la traza de una insostenible ingerencia, de un desmelenado rapto de fiebre pancatalanista. Pero sospechamos que en realidad lo que pretenden los citados partidos es que el estatuto aragonés reconozca en el preámbulo o en uno de sus artículos que el catalán es lengua propia, no de Aragón, o también, con la excusa a mano de las localidades de la Franja de Poniente, sino de Cataluña.

Eso es, exigirán en adelante la inclusión de esa circunstancia propia de la geografía de los dominios idiomáticos en cualquier estatuto a reformar aunque no sea el suyo propio. Tanto da que sea de Aragón, de Cantabria o Murcia, de la comunidad de vecinos de la calle Córcega 147, de la nueva constitución bolivariana, del estatuto de la Función Pública o del reglamento de la federación calagurritana de petanca.
Que se publique en todos los textos legales y quede claro, muy claro y lo sepan en todas partes, de Bollullos del Condado a Calcuta, incluso allende nuestras fronteras, cuando no de nuestro sistema solar. Que el mensaje se difunda a través de astronaves cuando se pretenda contactar con civilizaciones de lejanas galaxias. Y que se esculpa en piedra como si fuera una estela funeraria gallega subvencionada por el gobierno de la Xunta a instancia del BNG. Y que se blinde como el flamenco, las aguas del Ebro o del Guadalquivir.

Hay una forma catalanista de aprehender el mundo. Catalanicemos el universo.

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