ZP ha estado en Marruecos predicando las bondades sin cuento de su cosmovisión. Se inclinó ante el monarca alawí, príncipe de los creyentes, y besó con unción el anillo califal. ZP, encarnación viva del occidente que reniega con asco de su historia y acervo cultural, adoptó los ropajes del sufismo heterodoxo y comenzó a girar como una peonza, como un derviche en pleno delirio extático en aras de la paz mundial y de la concordia entre las buenas gentes… imbuido de ese ecumenismo laico y pacifista que últimamente y de manera tan evidente templa su talante dialogante, agudiza el arco de sus cejas en los debates parlamentarios e hincha las venas de su cuello y otras acaso en tántrico beneficio de su melómana esposa que en la intimidad interpreta para los presidenciales oídos el himno más celebrado de la Novena Sinfonía de Beethoven.
Pero sus evoluciones y giros de santón converso al islam no han sido del agrado de los saharuis exiliados en Tinduf, bajo las jaimas que les acogen desde hace décadas… el campamento argelino que visitara otrora Felipe González para solidarizarse con las víctimas de la represión marroquí que en opinión de algunos cobra tintes de genocidio planificado y que será causa, eso dicen, de un proceso instruido por el también levitante magistrado Baltasar Garzón.
ZP se admira públicamente de la atención escrupulosa que el régimen de Mohamed VI presta a la observancia y cumplimiento de los derechos humanos. Así lo ha dicho, olvidando naderías como las prácticas de tiro al blanco que los gendarmes marroquíes ejercitan contra los subsaharianos enredados en las vallas de Ceuta y Melilla coronadas de espinas, sórdidas conchabanzas con las bandas dedicadas al tráfico esclavista o el abandono a las puertas del desierto de docenas de inmigrantes ilegales con una botella de agua por toda vitualla. Además de los ejemplares usos y costumbres del sistema penitenciario del país vecino, y sin embargo amigo, del trato exquisito que prodigan las autoridades a los disidentes o del papel principalísimo y relevante de la mujer en las sociedades islámicas. Obnubilado por tanto altruismo a su alrededor, ZP se desmarca del plan Baker y asume el autonomismo doméstico, o domesticado, perfilado desde Rabat para la antigua colonia española.
A imagen y semejanza de esa suerte de evanescente elevación espiritual de ZP, se eleva a la par el precio del gas argelino, nuestro principal proveedor en ese capítulo energético. Parece ser, hablamos de oídas, o leídas, que el país norteafricano nos abastece hasta en un 60%. El encarecimiento de la factura gasista es el primer peaje a pagar por causa del último desliz de nuestra política exterior. Argelia no acepta de grado que España acate a pies juntillas el diseño geoestratégico de Marruecos para decantar en su favor la correlación regional de fuerzas.
Uno en ocasiones sospecha que debemos muchos favores de naturaleza diversa a mucha gente distinta y que hay que apresurarse a saldar las deudas con gestos y cesiones sin pararse a pensar en onerosas hipotecas.
Para deshacer el entuerto, los reyes de España -no sabemos si Su Majestad lleva en el equipaje su rifle con mira telescópica para abatir fieras desérticas en improvisadas cacerías- se codean con iguales, los altivos y orgullosos tuareg, hombres azules del desierto, que se tienen a sí mismos por monarcas todos ellos a la giba de un camello, y restañar con su excursión protocolaria los estropicios de la incontinente verborrea de ZP, matizando la sumisión del presidente a los postulados marroquíes. Como si las palabras correctoras del rey, estrechando manos y besando niños en las teterías, tuvieran la menor relevancia a la hora de perfilar estrategias y alineamientos.
El gas es aquí el busilis de la cuestión. Siempre tuvo un cierto protagonismo en la zona. Se sabe que el ejército español bombardeó poblados enteros del Rif con gas mostaza para vengar la matanza del desastre del Annual perpetrada por las haikas de Abdelkrim, que incluyó episodios de espantosas mutilaciones.
Marchó al fin ZP de Marruecos pero dejó allí un denso olor a gas… pero a gas metano, el gas innoble y residual que dejamos al completar el ciclo eliminatorio del metabolismo. Es triste recurrir a estos registros coloquiales del lenguaje, pero hay cosas que no tienen disimulo posible: ZP la ha cagado metido esta vez a recoge-boñigas de la tribu. Al presidente le reprochan sus detractores que viaja poco. A juzgar por la huella olfativa e inflamable que deja a su paso, es preferible que no se anime demasiado y que, si es cierto que su ambición oculta es cambiar el mundo, mejor para todos si lo intenta desde su despacho o peloteando en la cancha de baloncesto habilitada en La Moncloa. Conviene que los niños ni viajen solos ni jueguen con la llave del gas.
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