Knut es un osezno precioso. Es la cría de una osa polar del zoo Berlín que ha sufrido una suerte de estrés puerperal y que ha mostrado rechazo a su retoño. Knut es una monada, tan blanco y gracioso que parece un peluche. Ha salido en la tele, en la prensa y a todos nos ha alegrado el día.
Knut juguetea y da volteretas ajeno a la polémica que ha suscitado. Algunos portavoces de un ecologismo intransigente sostienen que el osito no debe ser criado por humanos, que esa es una solución contraria a la especie, que es anti-natural, invocando un discurso purista y extremista. Que un osito criado por humanos es poco menos que una atracción de feria y que su dignidad de plantígrado, de fiera salvaje, se vería afectada por esa crianza artificiosa. Por esa razón concluyen que la mejor solución para Knut es el sacrificio.
Si eso fuera así no tendrían sentido, por ejemplo, las experiencias de reproducción controlada que se llevan a cabo en cautividad con especies amenazadas de extinción. Es cierto que el hábitat propio de un oso polar son las extensas y heladas llanuras del Ártico, pero también que a determinadas contingencias hay que oponer soluciones nuevas, arriesgadas, para salvaguardar, en este caso de manera justificada, una vida que es un tesoro faunístico. Es mejor probar a que Knut viva en una osera, en una suerte de iglú de diseño, si quieren, a que muera de una inyección letal. Y si no es posible su deseable subsistencia, la naturaleza dictará un fallo inapelable. Pero que no quede por darle a probar un sorbete bien frío de jalea real.
Berlín habría de cambiar por una temporada el tótem de su escudo, que es un oso europeo, por Knut, el osito polar, demostrando que las banderas, como el clima, y tantas otras cosas, también están sujetas a cambio, a mudanza.
A Tolerancio le gustaría tener delante a esa lumbrera tudesca del ecologismo integrista para decirle cuatro cosas y espetarle a la cara ¿Y a ti que te ha hecho Knut, so marmolillo?... y darle un abrazo, pero el abrazo del oso, como el mítico abrazo que diera, según cuentan las crónicas, un oso astur al sucesor de don Pelayo.
Pero otros peligros acechan al simpatiquísimo protagonista de esta bitácora. Es fama que anda por esos parques y reservas de caza del ancho mundo un principalísimo representante de una monarquía europea con el rifle a punto para cobrarse valiosísimas piezas en las monterías que le apañan a la carta, a las que es muy aficionado. Hay quien dice que ese monarca -que en tiempos jugó un destacado papel en su reino para sanar viejas heridas, procurar estabilidad institucional y promover la concordia entre los suyos- evidencia, de un tiempo a esta parte, una cierta fatiga y quiere lejos de sí el amargo cáliz de la relevancia histórica y ha olvidado en parte la trascendencia de su regio cometido, viéndolas pasar de todos los colores sin mover un dedo o decir esta boca es mía. Muchos esperaban un gesto de su soberano, pero el único al que le ha cogido gusto es a apretar el gatillo, como pudo comprobar en sus carnes un infeliz oso ruso idiotizado por el vodka. De modo que, Knut, majete, guárdate de las coronadas testas y corre a guarecerte en tu osera en cuanto veas asomar una. Tú sí eres un rey, el más hermoso príncipe de los osos polares. Larga vida a Knut.
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