sábado, 24 de marzo de 2007

La catalanofobia del COI


Marc Gutiérrez, semblante altivo y sereno continente, se lleva la mano al corazón en lo más alto del podio. Cuatro dedos extendidos son el dactilar trasunto de las barras de sangre que Godofredo el Peludo, conde de Ripoll y de Cerdaña, pintó sobre el escudo amarillo de la obediencia carolingia. Por megafonía suenan los acordes dels Segadors. El estadio enmudece. Y con el estadio, Cataluña toda. De las agrestes y nevadas cumbres de los Pirineos a las luminosas playas bañadas por el Mediterráneo, con sus fragantes pinares a la orilla del mar, pasando por las extensas planicies interiores con sus árboles frutales doblados por el peso y largueza de sus frutos.
En las gradas del estadio, en sus casas frente al receptor de TV, hombres adustos y laboriosos y mujeres de buena planta que afrontan con entereza la crianza de sus hijos, dejan conversaciones y respiración en suspenso y a todos se les llenan los ojos de lágrimas. En un primer plano la senyera ondea suavemente mecida por el viento. Una corriente eléctrica de medio voltaje sacude el espinazo de todo un país e incluso los pasajeros de un avión que realiza maniobras de aproximación al aeropuerto de El Prat observan patidifusos como el macizo de Montserrat, ese costrón que parece el dorso de un dragón gaudiniano, se estremece de un leve temblor, sacudido por un infuso amor patrio que interesa a la orografía.

El áulico chambelán de la ceremonia deportiva impone la medalla de oro a Marc Gutiérrez, nuestro campeón mundial de naciones sin estado, anfictionías, regiones y comarcas diversas, en la competida disciplina de lanzamiento bucal de huesos de aceituna. En respetuoso silencio saludan al graderío los segundo y tercer clasificados desde sus respectivos cajones del escalonado podio de la gloria atlética, representantes del archipiélago de las Vanuatu y de la Panonia Media Transdanubiana.

De esta magnífica e inolvidable estampa nos ha privado la intolerable catalanofobia que ha anidado en el ponzoñoso corazón de los miembros del COI, Comité Olímpico Internacional. La catalanofobia ha traspasado nuestras fronteras y recala en organismos e instituciones que actúan como caja de resonancia internacional de los conjurados enemigos de Cataluña, agazapados en sus malolientes guaridas. Los ímprobos esfuerzos de nuestro vicepresidente, Carod Rovira, paladín de las esencias patrias y deportivas, no han sido remunerados con el éxito que sus meritorias gestiones sin duda merecen.
Aún nos anima el consuelo de inscribir a nuestros deportistas en los Juegos de la Francofonía tras la atinada petición del ex-presidente Maragall que en la pasada legislatura solicitó la inclusión del principado en el organismo que reúne a los países de esa órbita lingüística… juegos a los que, lamentablemente, no podría acudir la selección catalana de hockey sobre patines, admitida apenas hace unos meses en los campeonatos que disputan los combinados nacionales del continente sudamericano. El motivo es obvio, en Sudamérica, a diferencia de lo que ocurre en Cataluña, a juicio del que fuera Molt Honorable President, no hablan la lengua de Molière.

¡Por una vez que podríamos arrasar en el medallero!...

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