Por una vez la bitácora de Tolerancio se pone al servicio de la ciudadanía. Trátese de una oportunísima filtración o de un exceso de confianza o negligencia de los mandos policiales, lo cierto es que 19 aprendices etarras de Segi/Jarrai han puesto pies en polvorosa luego de sentenciar los tribunales que los interfectos integran la banda terrorista.
La pregunta del millón es, cómo no, dónde están. Para evitar especulaciones peregrinas e inmotivadas cabe proceder siguiendo un método deductivo a la guisa de un personaje de ficción del calibre de Sherlock Holmes.
La primera hipótesis es que los fugados permanecen aún en sus respectivas parroquias. Que están ocultos en uno de esos zulos que jamás acierta a ver el señor Mesquida ni cayendo en uno de ellos. O andan cociéndose a chiquitos en la trastienda de una herriko-taberna. O acaso, hemos dicho parroquias en sentido literal, prestan ayudantía eclesiástica en régimen de interinaje a uno de esos sacerdotes ultramontanos que, trabuco en mano, comparan en sus homilías dominicales a Jesucristo con el mediático ayunante De Juana Chaos.
Donde no se les espera es en una biblioteca, en centenares de metros a la redonda, pues la letra impresa les produce una terrible ictericia, una reacción alérgica espeluznante que no escapa a una mera inspección ocular. Cierto que las bibliotecas ya no son lo que eran y junto a obras de Esquilo, Molière, Kafka o Borges, saturan las estanterías, a peso, ediciones subvencionadas al completo de libelos y opúsculos de variado contenido para incentivar la creatividad literaria en otras lenguas peninsulares que, como es sabido, gozan del favor de los exigentes lectores.
Las posibilidades de tropezarse con ellos, empero, aumentan exponencialmente si nos acercamos a una de esas cocheras -lugar que les atrae como la luz de una bujía a las polillas, tan apropiado como es para ejercitarse en una de sus aficiones predilectas que es la desatada filia pirotécnica- donde aparcan los vehículos municipales de transporte urbano de pasajeros que arden a las mil maravillas al impactar contra sus chapas los cócteles molotov de los que llevan buena provisión en sus mochilas.
Pero, acaso por labrarse un respetable nombre entre sus pares y saborear las emociones sin cuento de la clandestinidad, han optado algunos de ellos por poner tierra de por medio entre sus residencias habituales y su actual paradero, aunque sea provisionalmente. La cuestión es... ¿Qué lugar que no sea el País Vasco elegirían para pasar unos días de asueto?
Uno donde la vigilancia policial se ha relajado en materia antiterrorista -y en todas las materias delictivas en general- habida cuenta del vigente compromiso etarra de no perpetrar atentados, hasta nuevo aviso, en esas determinadas coordenadas geográficas. Donde, en caso de producirse detenciones policiales, siempre se efectúan de buen rollito siguiendo a rajatabla las instrucciones establecidas por el máximo responsable local de la seguridad de vidas y haciendas de los administrados. Donde, según nos dicen, hay censado un parque de viviendas okupadas por desalojar -escenario todas ellas de un romántico y alternativo modo de vida- que asciende a varios centenares y donde los huidos cuentan con la voluntariosa colaboración de numerosos grupos y colectivos afines que estarían encantados de agasajarles cumplidamente como conviene a un buen anfitrión y alojarles a pan y cuchillo por la admiración, por no decir idolatría, que les profesan. A pensión completa.
Pero esto no es más que una especulación sin fundamento. Si le place, háganos llegar la suya. Ubi sunt?
La pregunta del millón es, cómo no, dónde están. Para evitar especulaciones peregrinas e inmotivadas cabe proceder siguiendo un método deductivo a la guisa de un personaje de ficción del calibre de Sherlock Holmes.
La primera hipótesis es que los fugados permanecen aún en sus respectivas parroquias. Que están ocultos en uno de esos zulos que jamás acierta a ver el señor Mesquida ni cayendo en uno de ellos. O andan cociéndose a chiquitos en la trastienda de una herriko-taberna. O acaso, hemos dicho parroquias en sentido literal, prestan ayudantía eclesiástica en régimen de interinaje a uno de esos sacerdotes ultramontanos que, trabuco en mano, comparan en sus homilías dominicales a Jesucristo con el mediático ayunante De Juana Chaos.
Donde no se les espera es en una biblioteca, en centenares de metros a la redonda, pues la letra impresa les produce una terrible ictericia, una reacción alérgica espeluznante que no escapa a una mera inspección ocular. Cierto que las bibliotecas ya no son lo que eran y junto a obras de Esquilo, Molière, Kafka o Borges, saturan las estanterías, a peso, ediciones subvencionadas al completo de libelos y opúsculos de variado contenido para incentivar la creatividad literaria en otras lenguas peninsulares que, como es sabido, gozan del favor de los exigentes lectores.
Las posibilidades de tropezarse con ellos, empero, aumentan exponencialmente si nos acercamos a una de esas cocheras -lugar que les atrae como la luz de una bujía a las polillas, tan apropiado como es para ejercitarse en una de sus aficiones predilectas que es la desatada filia pirotécnica- donde aparcan los vehículos municipales de transporte urbano de pasajeros que arden a las mil maravillas al impactar contra sus chapas los cócteles molotov de los que llevan buena provisión en sus mochilas.
Pero, acaso por labrarse un respetable nombre entre sus pares y saborear las emociones sin cuento de la clandestinidad, han optado algunos de ellos por poner tierra de por medio entre sus residencias habituales y su actual paradero, aunque sea provisionalmente. La cuestión es... ¿Qué lugar que no sea el País Vasco elegirían para pasar unos días de asueto?
Uno donde la vigilancia policial se ha relajado en materia antiterrorista -y en todas las materias delictivas en general- habida cuenta del vigente compromiso etarra de no perpetrar atentados, hasta nuevo aviso, en esas determinadas coordenadas geográficas. Donde, en caso de producirse detenciones policiales, siempre se efectúan de buen rollito siguiendo a rajatabla las instrucciones establecidas por el máximo responsable local de la seguridad de vidas y haciendas de los administrados. Donde, según nos dicen, hay censado un parque de viviendas okupadas por desalojar -escenario todas ellas de un romántico y alternativo modo de vida- que asciende a varios centenares y donde los huidos cuentan con la voluntariosa colaboración de numerosos grupos y colectivos afines que estarían encantados de agasajarles cumplidamente como conviene a un buen anfitrión y alojarles a pan y cuchillo por la admiración, por no decir idolatría, que les profesan. A pensión completa.
Pero esto no es más que una especulación sin fundamento. Si le place, háganos llegar la suya. Ubi sunt?
3 comentarios:
¿En Alcorcón quemando contenedores de basura?
Podrían buscarlos en cualquiera de las casas okupadas de Barcelona capital y provincia.
El Mosso se acerca a la puerta y dice: "perdón, no se si es muy temprano pero como ya son las 12 de la mañana nos hemos preguntado si en esta casa okupadita, no estarían escondidos los etarras de jarrai" "¡Cómo Vds no se censan!"
"Dice que van a mirar" (le dice al otro Mosso el Mosso primero). Ya vuelven.
"Que no, que dicen los etarras fugados que no están. Que los busquen en otro sitio, que ahora duermen"
"Pues nada, que pasen buen día" (dice el mosso)
Podrían buscarlos en cualquiera de las casas okupadas de Barcelona capital y provincia.
El Mosso se acerca a la puerta y dice: "perdón, no se si es muy temprano pero como ya son las 12 de la mañana nos hemos preguntado si en esta casa okupadita, no estarían escondidos los etarras de jarrai" "¡Cómo Vds no se censan!"
"Dice que van a mirar" (le dice al otro Mosso el Mosso primero). Ya vuelven.
"Que no, que dicen los etarras fugados que no están. Que los busquen en otro sitio, que ahora duermen"
"Pues nada, que pasen buen día" (dice el mosso)
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