Visto recientemente en un programa de TV emitido por Antena 3 con la peregrina excusa de la elección del Español de la Historia, según una encuesta por grupos de edad y procedencia geográfica.
El célebre dramaturgo Antonio Gala, invitado ilustre, pegado a su bastón rematado por un pomo nacarado, dijo, sentando poética cátedra, que Isabel la Católica carecía de méritos para figurar en dicho listado y que mejor estaría en otro, el de los personajes más aborrecibles, ocupando un principalísimo lugar. No discutimos que el legado de Isabel la Católica sea discutible, pero es sin duda relevante… pero qué hemos de hacer si la estirpe humana alumbra entre genios singulares, como don Antonio Gala, y legiones de discretos o mediocres, notorias arpías y matarifes descomunales.
El laureado dramaturgo, con arreglo al guión habitual, largó el conocido argumento de la Inquisición, como si la reina católica la hubiera sacado de un secreto escondrijo de la enagua y no existiera dicho tribunal desde el siglo XIII, creado por los dominicos y presente en diversos reinos europeos de aquella hora. Y añadió solemne, transido del perfume embriagador de mirtos y arrayanes del Generalife que trae en un frasco de esencias en el bolsillo de la chaqueta, que nunca se debería haber conquistado -no reconquistado- Granada.
Vista la evolución de los países dominados por la fe islámica en siglos posteriores nos gustaría saber qué opinarían las granadinas de hoy de semejante avatar de la historia, paseando sus encantos en burka, por ejemplo, por las playas de Salobreña, del cabo de Gata o Matalascañas.
Nos dicen que hay diferentes modos de ver el islam. Seguro que es así. Que no todos son iguales. Pero por mucho que insistan quienes nos edulcoran la taza de ese té amargo, hay una tendencia dominante que se solapa a la sunna, la shi’a, a las escuelas jurídicas coránicas, hanbalitas u otras y que cualquiera puede ver que tenga ojos en la cara y que tira de espaldas desde el punto de vista del respeto a los derechos y libertades individuales… incluso uno de esos nostálgicos y latosos poetastros de la llorada sensualidad del antiguo reino nazarí, ande o no tibio a base de finitos y manzanillas, degustando como un sátrapa persa de morro fino -persa, pero no musulmán- lonchitas de jamón de pata negra, el tabuado, contaminante y maldito jalufo que campa a sus anchas por las serranas comarcas onubenses.
Tampoco los granadinos podrían hacer volar cometas por la Alhambra o por la fértil y verdinal vega del Genil, ni escuchar música de Camarón de la Isla -de Mozart o de los Rolling Stones, qué más da-. Cierto que de no haber reconquistado Granada Isabel la Católica, aquella región podría haber transitado insospechados caminos y ser hoy como Turquía, un país de mayoría mahometana pero laico en sus fundamentos -ya veremos por cuanto tiempo resiste la antigua Sublime Puerta, ahora laica, los embates del ariete integrista-… pero, como toda hipótesis vale cuando jugamos a qué habría pasado si… también podría ser como Arabia Saudí, donde las mujeres no pueden conducir un automóvil, o Irán, donde se ahorca a los homosexuales de grúas inmensas para escarmiento de pecadores impenitentes e indiferencia de Pedro Zerolo, que nunca ha dicho nada al respecto, o como Somalia, donde se lapida a muerte a los adúlteros, cediendo el privilegio ceremonial de la primera piedra a los familiares mancillados en su honor.
En Afganistán los talibanes, allá donde asientan sus reales, prohíben a sus granadinos de a pie, entre otras cosas, jugar a las cometas, tan bonitas y vistosas, mecidas por el viento como errabundos abanicos que cosquillean la Todopoderosa nariz de Alá. Ellos sabrán qué peligro, que amenaza, supone ese maravilloso e inocuo artefacto volador para los cimientos de la fe islámica.
Que no daría Tolerancio por enviar una temporadita (¿La de los almendros en flor?) a Antonio Gala y su cohorte de poetas arábigo-andaluces -a Goytisolo también en calidad de visir- en paracaídas, si no están proscritos esos artilugios aeronáuticos por demoníacos, a las montañas de Kandahar para que declamaran sus delicados poemas a los emboscados guerreros de luengas barbas y negros turbantes y a su regreso nos explicaran tan inolvidable experiencia… con los albaricoques de la generación por corbata.
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