domingo, 17 de junio de 2007

Ley de bienes tangibles


Nos dan 15 días para pensarlo. Si alguien quiere adquirir bienes tangibles debe pasar una suerte de período previo de reflexión antes de formalizar la compra. Es una nueva iniciativa de la ministro/a de Sanidad y Consumo. Llevaba unas cuantas semanas en el dique seco -no sabemos si le habían sellado los labios con un precinto- después de su incursión en el apasionante mundo de la enología y se moría de ganas por largar una de sus chispeantes ocurrencias. Como siempre, aún siendo persona de probada lealtad a un modo de vida morigerado y abstemio, da la impresión la señora ministro/a de haberse pronunciado sobre este particular bajo los coruscantes efectos de unas cuantas copas de un alcohol destilado de elevadísima graduación, en compañía quizá del ex-presidente Aznar y del flamante presidente de la vecina república, señor Sarkozy.

El nuevo proyecto de la ministro/a Salgado guarda relación con el escándalo Fórum- Afinsa, ese melón que abrió el gobierno, no sabemos para ocultar qué trapacería, que acabó, efecto boomerang, por volverse en su contra.
Sin duda un bien tangible es una cosa distinta para un experto en el enrevesado mundo de las finanzas hecho a términos como valores, bonos, acciones bursátiles y otros productos que para Tolerancio, persona de humilde condición, que no tiene más ingreso que el fruto de su sacrificado pechar diario y que apenas le llega para saldar facturas y gastos, no quedando de su peculio excedente para inversiones de ningún tipo. En efecto, la voz tangible implica masa y volumen. Quiere decir que nos hallamos ante un objeto físico. Jamás habría pensado Tolerancio en un sello cuando casi nadie ya envía postales de veraneo a la abuelita o tarjetones por Navidad.

Tolerancio lo confiesa, cuando leyó el titular de la noticia alusiva a los bienes tangibles pensó, antes que en sellos, joyas y obras de arte, en bienes tangibles y comestibles, en alimentos, más específicamente en patatas, la reina de la mesa, por causa de sus modestos orígenes y de las recurrentes historias de estrechez y necesidad que ha oído contar a sus mayores que vivieron los sombríos años de la posguerra. Historias que han dejado en su entramado mnémico un sedimento de terror pánico a la hambruna, a la escasez de nutrientes. Y esa fue la deducción de Tolerancio que la ministro/a, tras darse un mal golpe en la cabeza o atizarse unas cuantas copas de un vino generoso, de esos que pretendía sino prohibir, regular, había llegado a la feliz conclusión de que, para inculcar un consumo responsable a sus insolentes e inmaduros administrados, debía forzarles a cavilar acerca de la oportuna compra de productos tangibles cualesquiera, como las patatas, expuestos a la venta.

Adquirir esos bienes requiere, sin duda, un proceso previo de investigación por el cliente para no salir escaldado o estafado, y es buena cosa que las administraciones adviertan a la ciudadanía del riesgo que para sus intereses supone proceder de manera precipitada o irresponsable. Que es deseable asesorarse adecuadamente y poner en cuarentena cierta publicidad por si resulta engañosa. Pero tan sabio consejo habría de regir para todo: a la hora de comprar una vivienda -quien pueda-, un automóvil e incluso una flauta. Acaso el cometido de las administraciones habría de limitarse a controlar y castigar a tiempo los turbios chanchullos de determinadas entidades financieras. Y predicar con el ejemplo virtuoso, no cerrando acuerdos sospechosos con dichas entidades para condonar alegremente intereses de préstamos a formaciones políticas a cambio de la promoción de opas e inseminaciones varias.
Pero no, prefieren tratarnos como a menores de edad imponiendo esa cautela obligatoria de la quincena -con pinta de cuarentena- para adquirir ese tipo de bienes, connotados de este modo de un aire inquietante y rayano en el timo. Cuidadito con lo que haces, monín, nos dicen.

Vale que la libertad no es exactamente un bien tangible, pero en parte consiste en eso, en equivocarse o no al comprar un balón de reglamento, un par de zapatillas, un paquete de acciones que coticen en bolsa, o unos sellos. El tiempo que debo emplear en pensar la bondad de un artículo es cosa mía, sea un minuto o una semana, y cualquier instrucción gubernativa al respecto es una intromisión inconcebible en mi privacidad como consumidor. Lo que procede es perseguir las estafas y a los estafadores. Es como si a usted le dijeran cuanto tiempo ha de durar su noviazgo antes de contraer nupcias porque ésa es una decisión muy importante que no puede tomar a la ligera y que en caso de equivocación hipotecará su futuro. ¿Y qué? La prudencia o imprudencia es cosa suya.

¿Habremos de ponderar el precio y calidad de todas las patatas expuestas en los colmados del ancho mundo durante quince días antes de decidir qué bolsa de tubérculos compramos?

PS.- Tolerancio confiesa que al oír eso de bienes tangibles, por la condición táctil que conlleva el término, pensó no solo en patatas, para qué mentir, también en tetas y culos.

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