martes, 19 de junio de 2007

Suben eléctricas, bajan pensiones


El gobierno anuncia que invertirá en bolsa un 10% del fondo de reserva de las pensiones. Y, para pasmo de Tolerancio, los sindicatos mayoritarios no han convocado todavía una huelga general. Sin duda lo han debido hacer, pero el zote de Tolerancio, pendiente del retorno a los ruedos del diestro José Tomás y del desenlace de la liga de fútbol, no ha leído aún la noticia publicada en la prensa con gran riqueza tipográfica.
Aunque el adocenado silencio sindical no sería tan extraño pues andan sus más eximios representantes a la greña por el reparto del patrimonio incautado por el franquismo tras la Guerra Civil -patrimonio que antes, y en parte, fue incautado por algunos sindicatos de aquella hora-. Ese mutismo explicaría también que meses atrás miraran hacia otro lado cuando el gobierno ZP rebajó de 45 a 33 los días por año trabajado en concepto de indemnización por despido improcedente con motivo de la última reforma laboral que nos colaron de rondón aprovechando el ruido ambiental, que si estatutos de autonomía, que si ETA, que si De Juana Chaos, que si garrotín, que si garrotán…

Dicen que la ingeniosa idea de la inversión bursátil de las pensiones se le ocurrió a un ministro del dictador chileno Augusto Pinochet mientras paseaba meditabundo, con las manos a la espalda como un marabú del zoo, por los salones del palacio de la Moneda, lugar apropiado, por su nombre -la magia de la tecnonimia- para financieras inspiraciones. Se trata de una anécdota irrelevante, pero lo es menos que nos digan sesudos articulistas, para persuadirnos de la bondad de la iniciativa, que eso mismo se hace en otros países la mar de solventes y que es síntoma de modernidad. Solventes, claro, hasta que dejen de serlo. Entonces la modernidad de la medida nos lo parecerá menos, acaso insustancial como tantos guiños de la modernidad idolatrada.

El truco es un pelín burdo, pero da el pego pues el nivel del colectivo ha sufrido una grave deflación. En efecto, cotiza a la baja. No obstante es una excusa, o mejor una argucia, bastante socorrida. Una cosa parece que es menos mala o preocupante si la practican en otros países, pues aún está arraigado en el paisanaje el complejo de pensar que si en el extranjero optan por un determinado procedimiento no puede ser peligroso, pues saben más de estos asuntos que nosotros y no lo harían si entrañara el menor riesgo. Es de cajones.
Ese torpe razonamiento valdría también para solicitar barrabasadas como la reinstauración, por ejemplo, de la pena de muerte pues existe en muchos países. O que se ahorque en espeluznantes ejecuciones públicas a los homosexuales del gancho de una grúa pluma a 50 metros del suelo porque lo hacen en Irán, que es uno de los firmantes y promotores de la Alianza de las Civilizaciones, piedra angular de nuestra política exterior. Luego que lo hagan o no en otros países es una melonada insostenible que no puede garantizar la revalorización del fondo de pensiones más allá de un golpe momentáneo de fortuna.
Ya verán en otros países qué hacen con las cotizaciones de toda su vida, pero parece cuando menos frívolo apostarlo tan alegremente al tornadizo humor de la bolsa, mudable como una damisela caprichosa y falta de atavío. Jugarse el dinero es algo opinable, a la ruleta del casino, a las carreras del hipódromo o a ganarse indulgencias y la intercesión divina a través de una donación o limosna. Pero es cosa de uno, si es que es su dinero el que se apuesta o invierte. Ahora bien… hacerlo con el de otros… ¿Quién puede jurar sobre las tablas de la ley que no se producirá un crack bursátil de inimaginables consecuencias a la vuelta de unos años, de unos meses acaso?... Nadie, ni siquiera alguien de la nombradía y reputación como economista de Miguel Sebastián, fulgurante y fugaz candidato de ZP a la alcaldía de Madrid y uno de los gerifaltes de Intermoney, pues se dice que él, para sosiego de la ciudadanía, gestionará la rentabilidad de esos fondos. ¿Miguel Sebastián hemos dicho? ¡Miauuuuu!

Parece una broma, humor negro, que le digan a un país entero que van a jugar a la bolsa parte del fondo de las pensiones, cuando tantas veces nos han advertido del riesgo cierto de quiebra del sistema en su conjunto si no se gestiona racionalmente. Ahora nos proponen como medio de revalorización de las mismas los avatares de algo tan legítimo como la bolsa, pero inconsistente a menudo como un juego de azar… y nos quedamos tan anchos. Cierto que cuentan a favor con la inmoderada tendencia al juego de la sociedad española, la 2ª potencia mundial en ludopatías varias, detrás de Filipinas, que fue colonia nuestra durante siglos, donde dejamos como vestigio cultural, eso se ve, una desmedida afición por el juego.

Y nadie pone el grito en el cielo. Suscriba, pues, la iniciativa de Tolerancio y adhiérase a su campaña, que será multitudinaria, eso es seguro, de objeción fiscal, parcial y selectiva, y exija en los impresos de la declaración de la renta del próximo ejercicio un casillero que, rellenado con una crucecita, le permitirá excluirse voluntariamente de la inversión en bolsa de la parte alícuota de sus cotizaciones aportadas durante toda una vida laboral, más o menos dilatada y enriquecedora material y espiritualmente. ¿Qué les va bien a los contribuyentes inversores, futuros jubilados de oro? Que les aproveche y organicen viajes del IMSERSO a las playas de Copacabana para echar unos bailes con mulatonas de vértigo, despampanantes y de cimbreantes caderas, con un daiquiri en la mano, a un tris de la taquicardia y testen a favor de las descocadas danzarinas antes de estirar la pata. Que les aproveche de veras. Pero con las pensiones, al menos la suya, lo mismo que con el fuego, no se juega.

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