sábado, 12 de mayo de 2007

El dormido dragón de Escocia II


Bitácoras atrás dejamos al aprendiz de druida Zebulon McAbeo pronunciando un conjuro, un ensalmo propiciatorio para que el monstruo del lago Ness no apareciese en superficie y se mantuviera alejado de los aparatos de ultimísima generación de una expedición científica británica. Esto es, que rehuyera mediciones y registros de los instrumentos malignos que habrían de desvelar el misterio del profundo lago donde dormita la esencia criptofáunica y legendaria del nacionalismo escocés (suceso absolutamente cierto, a pesar de su disparatada apariencia, referido en un noticiero de Antena 3).

A todos nos atrae el misterio del monstruo. Conecta con un ámbito del cerebro humano que el pensamiento lógico no consigue ahormar del todo a sus reglas y claves. Es un mito, y como casi todos, fascinante, pues de algún modo nos devuelve a una suerte de edad, de humanidad infantil. El mito nos atrapa. Es una función poética de la mente, refractaria a la razón. Y nos invita a zambullirnos en su enervante y blando lecho, como una pálida ondina que habita en umbrías y frondas y nos susurra al oído que nos abracemos a ella y nos abandonemos a sus frías lisonjas.

El sacerdote del rito nacionalista tañe sus instrumentos melancólicos y conjura al monstruo para que se oculte… pero también para que despierte y muestre sus fauces y atemorice y devore a los enemigos de la patria, incluso a los tibios que no le rinden culto. Los ministros del monstruo no siempre visten ropas talares, están en el mundo y llevan traje y corbata. Uno de sus sacerdotes, un senador del PNV, dijo en Mallorca que los no nacionalistas no tienen derecho a vivir. Los feligreses de aquel oficio en formato de conferencia aplaudieron a rabiar su literaria sentencia de muerte. Los altares del nacionalismo exigen el sacrificio de víctimas propiciatorias.

Cuando Tolerancio leyó las manifestaciones del oficiante del nacionalismo vasco pensó que aquellas palabras, aún siendo persona completamente anónima, estaban hechas a su medida, como un traje de sastrería… como un sudario. Era como si el senador del PNV le estuviera mirando a los ojos directamente, señalando con su dedo acusador y pintando su nombre en una diana a la puerta de su casa.

Tolerancio no sabe tocar la gaita, su factor Rh no es el requerido por los inquisidores de la pureza sanguínea, la reivindicación del antiguo reino de los suevos le inspira una rima consonante facilona e impropia de una persona elegante y cultivada, su acento catalán es de Zahara de los Atunes y cuando ve bailar una sardana sólo detiene su paso para contemplar, lascivamente, el connatural bamboleo de las danzarinas más agraciadas… saben a qué me refiero. Para cerrar plaza su apellido es de origen hebreo. Es pues Tolerancio el no nacionalista perfecto, pues está en las antípodas de todo salvoconducto cultural, racial, lingüístico o de otra índole que pueda darle marchamo homologable de pertenencia nacional identitaria. Por eso al dictar su draconiana sentencia, el senador del PNV tenía en mente a todos los tolerancios del mundo. No quiere que respiremos el mismo aire que él y por eso azuza al monstruo contra deshechos humanos que, intolerablemente, no tienen bandera bajo la que formar, ni gaita, ni gralla, ni siringa a cuyo son emocionarse.

PS.- El SNP, Scottish National Party, ha sido la fuerza más votada en las elecciones locales recientemente celebradas en Escocia y podría formar gobierno, revocar el Acta de Unión de 1.707 y promover un referéndum por la independencia. Zebulon McAbeo lo celebró atizándose unos cacillos de whisky de malta de la destilería clandestina de Jeremy el Merluzón, del clan montañés de los McDrunk.

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