martes, 29 de mayo de 2007

Fomento del Trabajo Nacionalista


El presidente de la patronal catalana, o mejor, de la patronal catalanista, señor Sandro Rossell, abraza en recientes declaraciones lo que podríamos denominar la doctrina López Tena o también doctrina Feria de Turismo. Esto es, la asunción sin complejos de las tesis nacionalistas, también llamadas del independentismo patronal y financiero. Ya saben: España nos roba y además es el extranjero.
Se trata sin duda de un avance cualitativo del nacionalismo. Hasta la fecha nos lloraban los nacionalistas más impenitentes diciendo que uno de los obstáculos para avanzar hacia la independencia era la actitud retardataria y acomplejada de la burguesía empresarial catalana, que tenía en el mercado español un lastre para echar a volar y sincronizar su paso a la conciencia vanguardista del nacionalismo autóctono. En definitiva que el capital, esa mugre pestilente, era una de las tenazas del españolismo junto a las forces d’ocupació, Ejército y Guardia Civil, y poca cosa más, acaso la mente obtusa de la gente enculturada, adicta a los arrebatados romances entre toreros y tonadilleras, y la voluntad política de los inmigrantes de las décadas de los 60 y 70 secuestrada por los partidos de, todo hay que decirlo, supuesta obediencia española. Que superados esos escollos y despejado el camino, la independencia sería un proceso imparable e irreversible.

Se trata, pues, de reforzar la cohesión nacional, de vertebrar la sociedad catalana nacionalista trascendiendo otros parámetros ya caducos como la clásica lucha de clases pregonada otrora por la izquierda. Esto va camino de conseguirse. Los sindicatos en Cataluña enarbolan sus emblemas inscritos en la proclamada bandera nacional y reclaman un ámbito laboral específicamente catalán, revisando, giro copernicano, aquella rancia divisa del trabajador apátrida. Pues resulta que sí tiene patria y es el primero de la manifestación patriótica, o al menos lo son sus dirigentes, a pesar del escaso índice de afiliación sindical, con ese perfecto espécimen de charnego agradecido a la cabeza que es el Secretario General de UGT en Cataluña, señor Josep Maria Álvarez i Morcillo, o cual sea su segundo apellido -que toma clases para perfeccionar su nivel de catalán junto a Montilla en la misma academia, comentando ambos sus alentadores progresos a la hora del ángelus zampándose a dos carrillos una bandeja de bollos rellenos de rica crema-.
El clero también se apunta al discurso nacional, que bien se ve que es de este mundo y bendice, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, las romerías estatutarias con su explícito articulado abortista y pro-eutanásico, compatible a lo que se ve con la doctrina católica, según se desprende de los mundanales guiños del arzobispado a la clase dirigente.
Solo faltaba que la patronal se subiera al carro y ya lo ha hecho entonando a coro la cansina milonga del expolio y de los desequilibrios de la balanza fiscal. No sabemos si todos estos factores combinados propiciarán la liberación de todo un pueblo alienado por muy potentes dosis opiáceas, como el fútbol, que también ha sido nacionalizado empezando, como en el ámbito educativo, por las categorías de parvulario, como se ha visto recientemente en un torneo disputado en Portugal… pero perfilan el escenario apropiado para que así sea a la vuelta de unos años.

Ahora que homenajean en Santa Coloma de Cervelló a un terrorista que desmigó de un bombazo al señor Bultó, empresario, parece que el señor Rossell, se cura en salud y, acaso escocido porque no accedió a la dirección de la CEOE, se declara partidario del nacionalismo empresarial. Declaración que es como un salvoconducto, o mejor, una inversión, pues de los muchos beneficios que puede rentarle uno es que jamás le pondrán una bomba al pecho… pues su pecho abriga un amor, un ardor patrio a prueba de bombas.

Trabajadores y empresarios hermanados bajo la misma bandera, en una escala vertical, si se quiere, pero todos a una, proscrita toda lucha, todo conflicto social que vaya en menoscabo de la deseable vertebración nacional, sólida como el caparazón de un armadillo. Y esa unidad bendecida por la jerarquía eclesiástica, pregonada por los medios de comunicación, también nacionales, y escenificada en el graderío del club de fútbol más representativo del país.
En su ataúd, Moeller Van den Bruck, teórico nazi, autor del libro de cabecera del nacionalsocialismo, Das Dritte Reich, feliz entrechoca sus mandíbulas en una sardónica risotada de calavernario. Nos dice a través de inquietantes ecos de ultratumba: lo hemos conseguido en Cataluña y sin apenas dar ostias.

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