Hace unos años el popular locutor Justo Molinero, Radio Tele-Taxi, escenificó su obediencia al establishment político catalanista ingresando como militante de base en CDC, el principal partido de la entonces coalición gobernante. Sacaron imágenes en TV3 de Justo Molinero, el de la muñeca chochona y el helado de piña para el niño y la niña, encajando la mano del presidente Pujol. Luego, agradecido, le organizó un concierto-homenaje a base de rumbas y coplas -si no recordamos mal fue en Mollet o en Barberá del Vallés- y faltó poco para que el Molt Honorable, saludando al respetable desde el escenario, compartiendo espacio y protagonismo con Los Chunguitos, se llevara un tomatazo en la cocorota como el bueno de Paco Porras, el vidente de la pimientomancia, en sus accidentados bolos por las fiestas mayores de aldehuelas y pueblos de la España profunda.
Es Justo Molinero uno de esos tipos que le provocan arcadas a un no nacionalista confeso e impenitente como Tolerancio. El prototipo de lo que podríamos llamar el charnego agradecido, subespecie lacayuna briosamente inaugurada tiempo ha por Paco Candel, e integrada por otros muchos. Esto es, el ayuda de cámara del nacionalismo que a cambio de ser aceptado en la trastienda o en el retrete del club ejerce de difusor del orden nacionalista entre los suyos, aplicado como el fámulo más obediente y servicial, el garçon del pis que no duda en acarrear con su mano la bacinilla repleta de los excrementos de sus señores sucesivos… pero vemos en un anuncio en prensa del PSC que el interfecto ha cambiado de amo a quien rendir pleitesía. Ahora apoya a Hereu, el candidato socialista a la alcaldía de Barcelona. Y comparte anuncio promocional con individuos del nivel y pelaje de Pepe Rubianes o Jorge Javier Vázquez, renombrado periodista del chisme y la miseria moral que dirige un espacio de TV en Tele-5 hecho a su medida y titulado Aquí hay tomate, una de las más pútridas, insanas y repugnantes bazofias de cuantas se emiten por la tele, que no son pocas.
Justo Molinero es el superviviente nato de los avatares de la política. Uno de esos tipos que según sopla el viento muda a su vez de bandería. Antes a las órdenes de CiU, ahora del PSC, partido instalado en el poder local y autonómico siempre en formato tripartito junto a ERC. La cuestión es llevarse bien con el que manda y no perder de vista prebenda, subvención o concesión de licencias radiofónicas. Muda de bando, e incluso de capataz, de mando intermedio, pero no de verdadero amo: el dinero, el chollo, el enchufe. Siempre a cambio de algo, claro. Esto funciona así. Si un día estalla el holocausto nuclear, dicen los expertos, sobrevivirán algunas especies de insectos y de ortópteros domésticos y para de contar. Y a lo sumo un reducido y elegido puñado de chaqueteros camaleónicos y buscavidas. Entre ellos, cómo no, Justo Molinero, el incombustible, que les venderá una papeleta para rifar los zapatos milagrosamente intactos de un fiambre fundido por la radiación.
Para un no nacionalista hay individuos peores aún que los nacionalistas declarados. Los nacionalistas no te mienten. Dicen lo que son y lo que quieren. Y quien se les opone sabe que llevará a casa las orejas calientes, bien sea en formato de ostracismo, de no promoción profesional, de silencio, de muerte civil o incluso física vía bombazo o tiro en la nuca cuando el nacionalismo opta por ese método más drástico de proyección social.
Pero con todo hay un grado de vileza acaso superior en los colaboracionistas, en los palafreneros, en los sonderkommandos del nacionalismo. Siempre tiene el no nacionalista la impresión de que el collabo -así llamaban los franceses a sus paisanos partidarios de la ocupación nazi- no dudará un instante en vender a su propia madre, dicho muy gráficamente, si con ello salva hacienda y pellejo. Los collabos del nacionalismo nos recuerdan las declaraciones de trazo grueso de una glotona y baqueteada actriz porno, la reina de la fellatio imperialis, que dijo en su día, ni corta ni perezosa, que abría la boca para bostezar y se encontraba con un chisme dentro encajado hasta la gola pero que nunca sabía de quién era. El resto se lo pueden imaginar. Ella, aplicada, terminaba su faena. Y los charnegos agradecidos, los lacayos del nacionalismo, también.
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