Los insignes munícipes del ayuntamiento de Santa Coloma de Cervelló han dedicado una calle al tipo que inspiró el doble atentado mortal contra los señores Bultó, industrial de la automoción, y Viola, ex alcalde de Barcelona. El método utilizado fue el siguiente: los terroristas secuestraron a sus víctimas, pidieron un rescate millonario a sus familias, les adosaron una bomba al pecho y tras unos días de tensa espera detonaron los artefactos desmigando a los infortunados rehenes. Un episodio no muy edificante que no ha sido suficientemente recordado a pesar de los aires que respiramos de sistemática recuperación de la desmemoria histórica.
Nadie que no sea rematadamente imbécil -descartando pues a los concejales implicados y a una parte indeterminada pero significativa de sus votantes- dudará de la ruindad y vileza, de la condición caprina, de los autores del atentado… pero ¿Qué decir de quienes prolongan esa mortal deflagración por espacio de 30 años con semejante homenaje, todo elatos ellos, trajeados como requiere la solemne ocasión, dando su mejor perfil al fotógrafo oficial del evento, agarrando canapés de la bandeja, jiji-jajá, brindando sonrientes con una copa de cava y comentando, en passant, diversos asuntos con los asistentes al acto después de descubrir la placa de marras entre los miserables aplausos de la concurrencia?
Ahora que estamos en plena campaña municipal los candidatos en liza a menudo proclaman la necesidad de proceder a una metódica limpieza de nuestras calles y plazas. Es un proceso aunque costoso, factible, pues sólo se precisan medios humanos y materiales: basta con instalar papeleras, contenedores, promover el reciclaje, barrer a diario colillas y deyecciones caninas y largar manguerazos de vez en cuando. Pero más difícil parece acometer una suerte de aseo de las almas sobre todo cuando están envilecidas por una eficacísima pedagogía del odio que remunera a la clase política autóctona -toda ella nacionalista- con un desahogado modo de vida.
Pero esa limpieza habría de afectar también al nomenclator urbano en aras de la dignidad del paisanaje todo, aunque algunos no lo sepan y otros no lo entiendan así. Calles y plazas dedicadas a esclavistas, a racistas como Sabino Arana y a criminales de toda laya, como Martínez Vendrell, para ejemplo de generaciones venideras. Personajillos de mala vida y buena prensa elevados a los altares de la ignominia patria.
Un pasaje, éste de Martínez Vendrell, patriota català según reza la placa, para que lo paseen ufanos sus partidarios y para que lo eviten, apretando los puños, los deudos de las víctimas, los visitantes en tránsito por la localidad que estén al corriente de la historia y los vecinos que sean gente de bien, que seguro los hay, como en todas partes. Ese pasaje inaugurado en Santa Coloma de Cervelló tendría caso en un barrio de los horrores consagrado íntegramente a la abyección con calles dedicadas a Adolfo Hitler y plazas a De Juana Chaos.
Habría sido una suerte justicia compensatoria, distinta a la dictada por las humanas leyes, que al descubrir la placa hubiera saltado hecha añicos, descompuesta en granulares pízculas de mármol, salpicando a los ilustres concejales para borrar de sus caras las sonrisas de hiena.
Cuando los no nacionalistas tengamos representación en los ayuntamientos habremos de instar a la limpieza integral de calles y plazas sin olvidarnos de esas tan flamantes como bochornosas placas, pues a veces hay más porquería concentrada en una de ellas que en un maloliente estercolero. Claro que si tamaño oprobio lo cargamos sobre nuestras laceradas espaldas es, en parte, porque estamos dispuestos a ello. Esas placas infectas no integran nuestro rico patrimonio escultórico-artístico. Total, como se ponen, se quitan. Muy a las malas se necesita una escalera, agilidad para encaramarse a ella, y un martillo. Y algo de cash-money para pagar la multa… si te pillan. Esto no es una incitación al vandalismo… sí lo es, en cambio rendir homenaje a esa alimaña.
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